Algeciras Acoge y la Asociación Pro Derechos Humanos escenificaron esta tarde, con una concentración en la Plaza Alta, su rechazo a la última muerte de un inmigrante en aguas del Estrecho. Representantes de ambas organizaciones junto a un grupo de ciudadanos guardaron varios minutos de silencio para expresar, de forma simbólica su pesar por este fallecimiento. Una protesta que también sirvió para recordar a todos aquellos que perdieron su vida a lo largo de estos años. El manifiesto fue leído por el escritor y periodista, Juan José Téllez que, a continuación, reproducimos de forma íntegra: ¿Cuántos muertos necesitará Europa para conservar
su forma de vida? ¿Cuántos muertos necesitará África para conservar su forma de
muerte?
Ambas
preguntas nos las hacemos, desde hace un mundo, a ambas orillas del Estrecho de
Gibraltar. Desde aquellos primeros cadáveres de hace veintiséis años al joven
Toure, el senegalés ahogado el pasado viernes en la costa de Tarifa, hemos
asistido al holocausto de miles de sueños. No sólo de aquellos que perdieron la
vida en el propósito de cruzar las once millas que separan o que unen a ambos
continentes, sino los de quienes soñaron con una Unión Europea donde la
democracia no admitiese sucedáneos o con un continente africano definitivamente
libre de sus colonos y de sus neocolonos, de sus tiranos propios y de los ajenos.
Mientras
Europa degrada su utopía casera del estado del bienestar, el malestar se
apodera de los más humildes, de esos que ahora viven bajo el paraguas al que
los sociólogos han descrito como los más vulnerables. Ya no sólo hay espaldas
mojadas en nuestros mares del sur, sino también en la periferia social y urbana
de unos países antiguamente orgullosos de sus libertades y hoy libremente
cautivos de sus orgullosos bancos.
África
ha pasado de la primavera al invierno sin estaciones intermedias. El sueño de
la libertad, desde Túnez a Egipto, pasando por Libia o por Yemen, provoca
monstruos. ¿Y qué decir de Marruecos, donde el primer intento de regularización
de inmigrantes apenas beneficia a unos cuantos cientos de personas de entre los
millares que aguardan desde hace décadas un simple papel que les otorgue, al
menos, el derecho a no tener derechos?
Por
no hablar de Senegal, quebrado en dos desde hace mucho, una nación malvendida
al Frontex y a Corea, como muchos otros territorios de África han sido
comprados al peso por China, por multimillonarios o por trasnacionales, como
futura reserva de víveres con los que especular, en un tiempo en el que los
seres humanos empiezan a sobrar a manos llenas. Tampoco hay demasiadas razones
para la esperanza en Mali o en Nigeria. Desde Mauritania a Somalia, pasando por
la región de los Grandes Lagos, los mapas repican el nombre de estados fallidos
y de déspotas infalibles. A esa geografía del terror hay que sumar el jinete
pálido que constituyen las fuerzas militares de Estados Unidos, las europeas,
las de los señores de la guerra o las de Al Qaeda del Magreb Islámico, que
traen el infierno a su grupa. Así que muchas de las personas que hoy aguardan
la oportunidad de saltar las vallas de Ceuta y de Melilla o cruzar el mar en
una balsa de juguete, no le temen a que puedan caer en las brasas al escapar
del fuego.
Tampoco
soplan buenos vientos en Europa. Y no porque la economía nos haya arrodillado
frente a las exigencias cada vez mayores del capitalismo salvaje. Sino porque
hemos perdido, en ese trance, nuestra formidable capacidad de utopía, que fue
capaz en otro tiempo de gestar un pensamiento rebelde, que fabricara
revoluciones sensatas o insensatas, frente a las pesadillas siempre
implacables. Así que ahora, durante todo ese tiempo transcurrido, mientras
contemplamos la muerte a mansalva desde Canarias a Lampedusa, a nuestros
gobiernos, como los viejos marqueses de la hora del té, el único remedio que se
les ocurre sigue siendo el de ponerle puertas al monte. Frente a las voces que
reclaman el establecimiento de cauces racionales para las migraciones con todas
las de la ley, mandamos a la Armada a patrullar el mediterráneo. Frente a
quienes apuestan por cambiar las reglas del mercado que han empobrecido a la
orilla sur de ese viejo mar durante los últimos treinta años, los sagaces
ministros sólo planean ampliar los perímetros fronterizos, incluso mar adentro,
o utilizar gases en lugar de balas de gomas contra los peligrosos nadadores que
se atrevan a ganar a pulmón libre su propia plaza para el limbo europeo. Cetis
hacinados, burocracia kafkiana. Esa es nuestra receta. Y una opinión pública
que teme a los pobres y venera a los ricos, cuando la inmigración casi siempre
nos ha traído riqueza y cuando buena parte de nuestros problemas estriba
precisamente en la avaricia de los poderosos.
El
mundo cambia pero la miseria, no. Sencillamente aumenta. También su número de
daños colaterales. Ese joven senegalés muerto en Tarifa ha sido el más
reciente. Pero seguro, y es lástima, no será el último.
Algeciras Press
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